Todas las categorías y definiciones que parecen inamovibles y definitivas encuentran en la Argentina la llave que las vuelve a abrir. Por algún lado de la dinámica de la historia se filtran esos componentes que hacen que nada termine o, en todo caso, que vuelva a empezar. Es el caso de la construcción de los liderazgos.
Argentina es un libro en permanente estado de escritura y corrección. Por eso resultan absurdas esas pretensiones que tienen algunos de sentenciar que no hay historia antes de ellos o que todo arranca, y para siempre, con su llegada.
Francis Fukuyama, que en la década de los 90 del siglo 20 vendió muchos libros con su idea del “fin de la historia”, en este año de la Argentina apenas podría aspirar a un puesto de venta de usados en el Parque Rivadavia.
Lo que es seguro que la historia se construye de a ratos, en borbotones de impulsos, en acciones colectivas organizadas y en algunas espontaneidades que no son tales.
La muestra se dio el miércoles 18 de junio en la Plaza de Mayo de Buenos Aires, en un hecho colectivo que tuvo réplica en prácticamente todas las provincias. No es solo Cristina Fernández de Kirchner, que ese día comenzaba formalmente el cumplimiento efectivo de su condena por la Causa Vialidad.
Es la posición, compartida desde la izquierda hasta las diferentes versiones del peronismo, que esa condena en un juicio guiado por los intereses del poder económico y sus brazos judiciales no busca castigar la corrupción sino sacar de la cancha electoral a la expresidenta.
Lo colectivo no implica solo ir a votar
Ahora, lo electoral no explica toda la política y de eso el peronismo sabe. Por eso la palabra proscripción, a 70 años del derrocamiento de Juan Domingo Perón, resuena con fuerza y casi que se convirtió en consigna unificada, más allá de Cristina.
El “no a la proscripción” es un llamado de alerta de la política, frente a un poder judicial, privilegiado, clasista y elitista, que está cada vez más alejado de los intereses populares. Un poder que aplica el programa de los grupos económicos cuando, por ejemplo, demora el tratamiento de las causas que piden la inconstitucionalidad del Decreto 70/2023.
Ese es uno de los sentidos del fenómeno Cristina, que sabemos cómo empezó, pero del cuál se conocen los verdaderos alcances a mediano plazo. No es solo lo electoral, con un calendario que corre y que en breve mostrará si la tendencia a la baja participación en las elecciones provinciales que se desarrollaron hasta acá se ratifica o si en cambio el voto bronca le puede ganar a la apatía.
Una bronca que sigue fragmentada y que la figura de Cristina no alcanzaba para ordenar, ni siquiera al interior del peronismo.
Pero la política no es solo la urna, que evidentemente aunque pueda llenarse de alternativas, en este contexto tampoco es la garantía de nada, con Javier Milei que ya en campaña había advertido que si no contaba con el apoyo del Congreso iba a gobernar por decreto. En este año y medio de gestión libertaria, no fue solo eso, sino que apeló al veto como mecanismo constitucional, para suprimir la voluntad popular expresada en los diputados y senadores.
Eso se verificó con el veto al financiamiento universitario y se va a repetir con la probable ratificación del Senado de lo que dispuso un proyecto aprobado en Diputados, que recompone muy ajustadamente los ingresos previsionales.
El Presidente, su hermana en jefe Karina Milei y el resto del Gobierno, están decididos a sostener un déficit cero y un ajuste permanente que nadie, con una mediana comprensión de texto, puede desacoplar de las exigencias del Fondo Monetario Internacional, que es la fuerza de avanzada financiera de las grandes corporaciones y de Estados Unidos para completar el saqueo que comenzó hace medio siglo el golpe de Estado.
La apuesta a un cambio de época supera a la época de cambios.
El bastón de mariscal y el contexto internacional
Algunos apuntes sobre los liderazgos que se pueden rastrear en las teorías sociológicas y políticas, tienen en la Argentina un capítulo especial. La construcción de esos roles históricos requiere de algunas condiciones muy particulares.
¿Se es líder simplemente por haber llegado a la Presidencia?
¿Hay espacio para dos líderes en la misma fuerza política?
¿Cómo se los jubila o reemplaza a los líderes?
A cada pregunta se le puede responder con la óptica que cada quién adopte. Pero el ejercicio de la duda es algo que hasta puede resultar disruptivo en tiempos de hegemonía de las certezas, aceleradas por las matrices del conformismo tecnológico.
En la figura de Cristina se condensan algunas de esas variables interrogativas y sus eventuales respuestas, pero no se puede determinar que su liderazgo pueda ser clausurado por el mero ejercicio de la pena de cumplimiento efectivo o de los vaivenes emocionales del periodismo, que oscila entre la algarabía y la decepción, tratando de asomarse desde sus sillas al balcón de la historia.
Debieran aprender de las lecciones post-Fukuyama, de los movimientos de los pueblos que gestaron a los Lula, los Evo, los Chávez, el rompimiento del bipartidismo eterno en Uruguay o el pequeño quiebre que se le produjo a la democracia de baja intensidad en Chile, con las cadenas que le dejó la Constitución de Augusto Pinochet de 1980.
A ese acotado panorama regional, que no se agota en esos ejemplos, no se le puede perder de vista que, tras ese triunfo eterno del neoliberalismo globalizador, le surgió como respuesta un BRICS que, todavía en disputa, genera una discusión sobre los bloques geopolíticos en el planeta.
Son esos los debates del momento y de la relación que se establezca entre las condiciones reales del mundo y las dramáticas circunstancias socioeconómicas que se agravan a diario en Argentina, será el punto exacto que hará surgir a los nuevos liderazgos, o reconvertirá los ya existentes.
Los líderes, pese a los algoritmos, surgen de otras combinaciones y la carrera es larga, mucho más de lo que dura una historia en redes sociales. Las calles pesan en el bordado del tapiz de los tiempos y más temprano que tarde, pueden más que los protocoles de tránsito y buenas costumbres, la cara visible de la represión necesaria para sostener un orden injusto de apropiación de ingresos y de transferencia de recursos hacia los sectores del privilegio.
Esos liderazgos, presentes o futuros, que no disputen sentido con amplia profundidad, no pasarán de experimentos mediáticos. No es sencillo el paso de los celulares a los libros, pero hay que intentar que lo inmediato no le gane a lo importante.