José “Pepe” Mujica, el carismático expresidente de Uruguay, falleció este martes a los 89 años, tras enfrentar una enfermedad terminal con la misma entereza que marcó su vida política y personal. El líder latinoamericano, símbolo de la izquierda austera y rebelde, anunció meses atrás que no continuaría su tratamiento contra el cáncer de esófago, que se había expandido a su hígado. Su partida representa el cierre de un capítulo icónico en la historia política regional.
Un guerrillero convertido en presidente
Militante del Movimiento de Liberación Nacional – Tupamaros, Mujica pasó 13 años en prisión tras ser detenido durante la dictadura uruguaya. “La putísima madre que lo parió”, gritó aquel día de 1972 cuando, armado con una Uzi y una granada, creyó que sería su final. Sin embargo, sobrevivió a la cárcel, a la tortura y al aislamiento, para salir en libertad en 1985 y reconstruir su vida como figura política.
Lejos de la comodidad, retomó su militancia con modestos carteles en la calle y su bicicleta. En 2009, alcanzó la presidencia de la República tras imponerse en las urnas a Luis Lacalle Herrera. Asumió el 1° de marzo de 2010, en una ceremonia histórica donde su compañera de vida y también exguerrillera, Lucía Topolansky, le tomó juramento como primera senadora del país.
Una presidencia con sello propio
Durante su mandato (2010–2015), Uruguay vivió una etapa de bonanza económica y avances sociales. Mujica impulsó reformas progresistas que trascendieron fronteras: legalización del aborto, del matrimonio igualitario y del consumo de marihuana. Su estilo de vida austero —residía en una chacra, donaba gran parte de su sueldo y conducía un viejo Volkswagen Escarabajo— lo convirtió en “el presidente más pobre del mundo”, y en un fenómeno global.
Además de gobernar, trabajó por el diálogo entre fuerzas políticas históricamente enfrentadas. Se sintió parte del “club de los expresidentes” junto a Julio María Sanguinetti y Luis Lacalle Herrera, con quienes compartió reflexiones sobre el futuro democrático del país.
Un adiós anunciado con coraje
En enero de 2025, Mujica anunció públicamente que no seguiría con su tratamiento oncológico. “Estoy condenado, hermano. Hasta acá llegué”, declaró con serenidad. Su salud ya se había deteriorado por afecciones previas como vasculitis inmunológica e insuficiencia renal, lo que limitaba opciones médicas invasivas.
Desde su hogar, donde vivió con Lucía, se despidió de sus compañeros y pidió respeto por su decisión. “Me quiero despedir. Lo que pido es que me dejen tranquilo, que no me acosen con entrevistas al pedo. Se terminó mi ciclo hace rato”, dijo con su inconfundible franqueza.
Un legado de lucha y humildad
Hijo de inmigrantes vascos e italianos, criado por su madre en un hogar modesto tras la muerte de su padre, Mujica aprendió desde pequeño el valor del trabajo, la tierra y la solidaridad. Su vida atravesó momentos de lucha armada, prisión, militancia callejera, el poder presidencial y finalmente, una despedida digna.
Hasta el final, mantuvo su vínculo con líderes de la región. En diciembre de 2024, recibió en su hogar a Luiz Inácio Lula da Silva (Brasil) y Gustavo Petro (Colombia), quienes lo homenajearon por su contribución a la democracia. “Adiós amigo. Ojalá América Latina, algún día, tenga himno, ojalá América del Sur se llame, algún día: Amazonía”, escribió Petro al conocerse la noticia de su fallecimiento.
El guerrero descansa
Fiel a su espíritu, Mujica eligió despedirse en paz. “El guerrero tiene derecho a su descanso”, expresó en su última entrevista, dejando un mensaje de resiliencia que quedará grabado en la historia de América Latina. Su figura ya no estará físicamente, pero su legado humano y político seguirá inspirando generaciones.