La Plaza de las Tres Culturas, perteneciente al Complejo habitacional Nonoalco-Tlatelolco (denominado correctamente Conjunto Urbano Presidente Adolfo López Mateos), y ubicada en pleno centro de la Ciudad de México (CDMX), no sólo representa un sitio arqueológico vital para comprender la historia mexicana en tiempos prehispánicos.
Allí se hallan presentes los cimientos de un hecho trágico, acontecido hace exactamente 55 años, el 2 de octubre de 1968, que enlutó al Distrito Federal y que durante más de 30 años el Partido Revolucionario Institucional (PRI), se encargó de ocultar. Nos referimos a la “Masacre de Tlatelolco”, un brutal ataque suscitado contra un mitin de estudiantes mexicanos.
La matanza, orquestada por el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz en coordinación con Luis Echeverría Álvarez y que contó con la participación activa de elementos del Ejército Mexicano y del grupo paramilitar “Batallón Olimpia”, derivó en la muerte de más de 300 personas y miles de desaparecides y hoy en día continúa generando interrogantes sin resolver.
A continuación, Nota al Pie realiza un breve repaso por este lamentable suceso, suscitando los antecedentes previos a la masacre, el nacimiento del Movimiento Estudiantil de 1968 y la consecuente Guerra Sucia contra los movimientos opositores al PRI, empleada por Echeverría Álvarez durante su gestión de gobierno.
1968, un año de rebelión contra los sistemas
1968 fue un año que puso en tela de juicio el Estado de Bienestar impuesto tras la Segunda Guerra Mundial. Aquí se desarrollaron en el mundo una serie de manifestaciones sociales y populares cuyo objetivo era poner en jaque las elites militares y burocráticas, en pos de la plena democracia y una mayor libertad de las minorías.
Además, se buscó con estas reacciones populares quebrar los principios autoritarios de gobernabilidad y una mayor apertura en las propuestas políticas. En consecuencia, estos grupos elitistas y jerárquicos reaccionaron con una escalada de represión política y violencia, sumado a la opresión de los derechos que en ese entonces aún no estaban definidos para dichas minorías.
Un caso ejemplificador de este accionar se dio en Estados Unidos ante el avance de los Movimientos por los Derechos Civiles, cuya lucha por alcanzar una mayor equidad en derechos e igualdades ante la ley, no alcanzó a frenar de inmediato la segregación racial existente.
Los asesinatos de Martin Luther King y el presidente estadounidense, John F. Kennedy, plenos defensores de estas políticas, abrieron las posibilidades de un cambio paulatino y lento que aún se encuentra en jaque constante al día de hoy, al menos en el inconsciente colectivo estadounidense.
En Checoslovaquia (actual República Checa), se llevó a cabo la Primavera de Praga, un proceso de liberación hacia el Socialismo apoyado en un programa activo de liberaciones, aplicadas en la libertad en prensa, expresión y movimiento, con una mayor libertad en el consumo de bienes y un apoyo al multipartidismo.
Lamentablemente, dichas reformas aplicadas por el primer ministro checo, Alexander Dubcek, estuvieron activas entre el 5 de enero y el 21 de agosto, finalizando con la invasión de la Unión Soviética (actual Rusia), al territorio junto a otros integrantes del bloque firmante del Pacto de Varsovia.
Otros casos destacados en dicho año fueron el denominado Mayo Francés, una serie de protestas estudiantiles, universitarias y sindicales que empujaron la salida del primer ministro Georges Pompidou y debilitó el poder de Charles de Gaulle, presidente en vigencia desde 1959 y que caería en los comicios de 1969 para abandonar la política, ofreciendo una pésima imagen final.
En conclusión, los casos citados y otros que, quizás, no tuvieron la repercusión que merecían (como los movimientos opositores al Franquismo), comprendieron a ciertos grupos sociales. Entre estos se destaca la presencia del núcleo estudiantil, sindical y de las minorías en crecimiento (Pacifistas, Colectivo LGBT, Hippies, Anarquistas, etc).
Las mismas estuvieron caracterizadas por un incremento de las protestas callejeras, con destrozos y enfrentamientos constantes con las fuerzas de choque, sean policiales como militares. Pese al fracaso en muchos casos de estas revueltas, la irrupción de la juventud ofreció una visión renovadora del mundo, lejos de los convencionalismos arcaicos impuestos post Segunda Guerra Mundial.
México planta bandera
En medio de las tensiones a nivel global, entró en vigencia el Movimiento Estudiantil de 1968, una destacada organización integrada por estudiantes de las principales universidades de México, con una activa participación obrera, sindical y de altos mandos educativos. Este contó con un gran apoyo de intelectuales, campesinos y comerciantes regionales.
Dicho movimiento tuvo como objetivo principal impulsar un cambio democrático de fondo, frente al hartazgo social que se evidenciaba con el autoritarismo vigente impuesto por el Priismo, corriente política que gobernaba México desde 1930. En esta ocasión, la desidia e infamia política de turno estaba en manos de Gustavo Díaz Ordaz.
Además, solicitaban la liberación urgente de presos políticos y derechos tales como el derecho al paro y la huelga. El punto de partida de dicho conflicto tuvo lugar el día 22 de julio, cuando se enfrentaron estudiantes del IPN (Instituto Politécnico Nacional) y la Preparatoria Isaac Ochotorena luego de un conflictivo partido de fútbol americano.
Al día siguiente, varies estudiantes de la preparatoria, fogueados por personas infiltradas y otros grupos externos con un destacado apoyo al Priismo, atacaron las vocacionales 2 y 5 del IPN. Debido a las agresiones, jóvenes del IPN iniciaron una serie de enfrentamientos en la vía pública, generando la intervención de los granaderos de policía de la ciudad.
Estos, haciendo un uso excesivo de la fuerza, ingresaron a las vocacionales, golpeando y deteniendo deliberadamente a varies alumnes y profesores del Politécnico, además de provocar la destrucción del mobiliario edilicio. Como consecuencia, se iniciaron una serie de protestas en apoyo al IPN y se realizó un mitin el siguiente 26 de julio, en repudio a estos abusos y al gobierno.
A partir de allí, entre los meses de julio y septiembre de 1968, se realizaron una serie de marchas en defensa de la libertad de pensamiento, de reunión y expresión, impulsadas en primera instancia por el rector de la UNAM (Universidad Nacional Abierta Mexicana), Javier Barros Sierra, siendo continuadas y reafirmadas por la Comisión Nacional de Huelga (CNH), constituida el 2 de agosto.
En este periodo se llevaron a cabo una serie de marchas que trazaron los caminos del movimiento y que encaminaron las luchas estudiantiles. Una de ellas fue la Marcha Politécnica del 5 de agosto, en donde se cerraron una serie de acuerdos entre estudiantes de la UNAM, el IPN y otros centros educativos de la Ciudad de México y aledaños.
Posteriormente, se llevó a cabo la Marcha del 13 de agosto, en donde por primera vez en la historia, una marcha estudiantil era considerada de primer orden para la ciudad. Además, fue la primera demostración de masividad de la CNH, desarrollándose con total normalidad y sin hechos de violencia.
Finalmente, la multitudinaria Marcha del 27 de agosto al Zócalo de la CDMX, una de las más convocantes hasta el 2 de octubre, tuvo un punto de quiebre en sus participantes, ya que los mismos, cansados de la poca respuesta a sus reclamos, insultaron a viva voz por primera vez al presidente Díaz Ordaz.
Esta jornada tuvo la particularidad de contar con una importante guardia estudiantil en el área. En respuesta a dicha determinación, el 28 de agosto se desarrolló una importante intervención militar en el Zócalo, destruyendo los campamentos estudiantiles y desalojando a las más de 500 mil personas presentes.
En esta ocasión, a diferencia de las anteriores convocatorias, hubo una brutal intervención de las fuerzas de choque, destacándose la persecución y golpiza a varies manifestantes. Por otra parte, se desarrolló una apertura del fuego por parte de tiradores ubicados específicamente en edificios gubernamentales contra estudiantes y soldados inclusive, generando una discordia entre ambos grupos.
El 7 de septiembre tuvo lugar en Tlatelolco la denominada “Manifestación de las Antorchas”. El 13 del mismo se llevó a cabo la “Marcha del Silencio”, un acto de desobediencia al orden público en paz, en donde los presentes llevaron pañuelos en la boca a modo de protesta. El día 23, Barros Sierra renunció al rectorado, expresando ante la junta de gobierno las siguientes palabras:
Ese mismo día, el edificio del vocacional 5 fue destruido y ametrallado por fuerzas policiales. Este hecho activó las posiciones armamentistas del bando estudiantil y alimentó la crudeza y violencia del grupo de granaderos apostados en las inmediaciones de los centros estudiantiles. Por primera vez, el uso de armas escaló en el conflicto y allanó el camino hacia los lamentables hechos del 2 de octubre.
Derramamiento de sangre, silencio estatal y Juegos Olímpicos en vigor
En una medida un tanto particular, el 1 de octubre se produjo la salida del ejército mexicano de las instalaciones de la UNAM y el IPN. En la jornada siguiente, miles de personas decidieron reunirse en un mitin organizado por la Comisión Nacional de Huelga en la Plaza de las Tres Culturas, colindante al Templo de Santiago Tlatelolco, la Secretaría de Relaciones Exteriores y el complejo habitacional Nonoalco-Tlatelolco.
El propósito del discurso era dar cuenta de varios temas de interés vital para la organización del movimiento, reconociendo la labor de las brigadas en la causa y ratificar las medidas de paro en varios centros educativos capitalinos. Los oradores del mitin se encontraban ubicados en el Edificio Chihuahua, más precisamente en el tercer piso del complejo habitacional.
Con más de 10 mil personas presentes en el lugar, entre estudiantes, padres de familia y seguidores del movimiento, la seguridad del recinto estaba en mano de diversas fuerzas del orden público (ejército y policía), quienes contaban con helicópteros sobrevolando las inmediaciones de la plaza.
A las 17.55, según la reconstrucción de los hechos, se lanzaron dos bengalas desde la Secretaría de Relaciones Exteriores. Posteriormente, siendo las 18:15, dos nuevas bengalas (una verde y otra roja) fueron lanzadas por uno de los dos helicópteros allí presentes, sin identificarse que orden de seguridad dispuso dicho accionar.
En ese momento, la plaza fue rodeada por más de 5000 soldados además de tanquetas y camiones blindados. Este lanzamiento, según la descripción de varies testigos presentes a la periodista francesa Elena Poniatowska, mencionados en su libro “La noche de Tlatelolco”, funcionó como una señal para que integrantes del Batallón Olimpia, una fuerza de choque secreta del Estado, disparara desde varios puntos estratégicos a los soldados presentes en la plaza.
En ese instante se produjo una oleada de disparos contra los presentes por parte del ejército, en respuesta a una “agresión de fuego” perpetrada por, según consideraron ellos, integrantes del movimiento estudiantil. La desesperación de los presentes, sumado a las corridas en el sitio, los disparos incesantes y los cuerpos inertes en el piso transformaron esta secuencia en una escena equivalente al Infierno de Dante.
Manifestantes, observadores, transeúntes e inclusive niñes, además de estudiantes y padres de familia, fueron alcanzades por los disparos perpetrados por el ejército. Mientras tanto, miembros del Batallón Olimpia, quienes se identificaron posteriormente por llevar guantes blancos como distintivo, abordaron el Edificio Chihuahua y detuvieron a varies oradores del mitin y otras personas allí presentes que acompañaron la oratoria.
Lejos de frenar este accionar, la masacre continuó hasta largas horas de la noche, con el ingreso del ejército e integrantes del Batallón a los departamentos del edificio Chihuahua y otros que formaban parte del complejo habitacional. El objetivo fue claro: responsabilizar al Movimiento estudiantil y la Comisión de Huelga Nacional por los hechos de violencia allí acontecidos.
Más de 3000 personas permanecieron detenidas en el Templo de Santiago y otras tantas fueron trasladadas al sector de ascensores del Edificio Chihuahua. En ambos casos, los presentes fueron víctimas de golpizas, vejaciones y desnudos forzados por parte de las fuerzas de choque. Les periodistas que allí se encontraban sufrieron la confiscación de sus rollos fotográficos, en búsqueda de “pruebas” para saldar el caso.
El gobierno mexicano responsabilizó al movimiento por los hechos de violencia contra el ejército, contabilizando 28 muertos y más de 300 heridos. Sin embargo, con el correr de los años y la reapertura de las investigaciones, estos números se elevaron a 300 víctimas fatales y 1500 heridos aproximadamente. Muchos de los detenides fueron trasladados al Palacio “Negro” de Lucumberri, desconociendose al día de hoy su paradero.
Tlatelolco, con la herida sin cicatrizar
Con la vigente censura a los medios de comunicación, sean nacionales como extranjeros, estos hechos fueron desconocidos hasta muchos años más tarde. Inclusive, fracasaron intentos de reabrir el caso en 1993 (con la creación de una comisión por la verdad) y 1998, cuando se constituyó la Comisión Especial 68.
Vicente Fox, tras salir victorioso en 2000 por el PAN (Partido Autonomista Nacional), y cortar 70 años del priismo en el poder, inició un trabajo oficial entre el gobierno y organizaciones sociales en búsqueda de la verdad, bajo una óptica basada en la reparación de las violaciones masivas de los Derechos Humanos, suscitadas en esta época y en periodos posteriores (caso Luis Echeverría Álvarez).
Como un hecho más que busca explicar la total impunidad del régimen autoritario del PRI, el 12 de octubre, diez días después de la masacre, Gustavo Díaz Ordaz inauguró los Juegos Olímpicos de México 1968, bautizados irónicamente por el gobierno como “La Olimpiada de la Paz”.
Lamentablemente, la violencia había triunfado y este hecho alentó la disolución del movimiento estudiantil, que pese a haber convocado varios mítines entre octubre y noviembre, su poder de debate y diálogo cayó en desgracia, con la aprehensión posterior de varios de sus principales oradores.
Este hecho, además, impulsó la Guerra Sucia entre el gobierno mexicano y los movimientos de oposición política, aumentando las medidas de represión y la posterior desaparición forzada de personas, con números que ascienden según varios informes, como el avalado por el titular de la Fiscalía Especial, Ignacio Carrillo, a 1500 personas.
En definitiva, este hecho dejó una marca imborrable en la historia del México contemporáneo, además de una mancha difícil de borrar para el Estado y sobre todo para el PRI, quién siempre negó los acontecimientos y su coparticipación activa en la Masacre. La lucha incansable del pueblo mexicano sigue generando, a más de 50 años de lo sucedido, un mismo mensaje: 2 de octubre no se olvida.