
La crisis de representación política que atraviesa Argentina, evidenciada por un incremento notable en la tasa de abstención en los últimos comicios provinciales, no es un fenómeno reciente ni exclusivo de nuestro país, pero ha alcanzado niveles alarmantes que amenazan la sustentabilidad misma de nuestra democracia. El triunfo electoral de Javier Milei en 2023 fue una primera señal, porque no fue casualidad; fue la expresión más clara del hartazgo ciudadano hacia una clase política que, en su mayoría, dejó de representar los intereses populares para convertirse en administradora de la decadencia nacional. “Patear el tablero” y ver qué pasa fue la consigna de muchos de los que fueron a votarlo y hoy deciden quedarse en su casa.
La pregunta que debemos formularnos con urgencia es: ¿Cómo recuperar desde la política la capacidad de enamorar a la ciudadanía y comprometerla en un proyecto de país? La respuesta no es sencilla, pero es absolutamente necesaria si queremos evitar que el desencanto generalizado siga siendo canalizado por proyectos destructivos y antipatria como el que hoy gobierna Argentina.
Sería injusto analizar el presente sin reconocer las responsabilidades del pasado reciente. El gobierno de Alberto Fernández representó una oportunidad histórica desperdiciada. Llegó al poder con un mandato popular claro: revertir el ajuste macrista, recuperar derechos y reconstruir la economía nacional. Sin embargo, la gestión quedó paralizada entre la pandemia y una incapacidad exasperante para proyectar el país más allá del “vamos viendo” que caracterizo su gobierno.
La falta de rumbo económico claro, el miedo a confrontar con los sectores de poder disfrazado de cautela y moderación, la improvisación en políticas centrales y una comunicación política errática, fueron minando sistemáticamente la credibilidad gubernamental.
Vale reconocer que estos errores no pueden convertirse en justificación para lo que vino después. El gobierno de Milei no surgió únicamente del fracaso albertista: surgió también de décadas de promesas incumplidas, de una política profesionalizada que perdió contacto con la realidad cotidiana de las mayorías, de dirigentes que hablaban de justicia social mientras acumulaban privilegios y de partidos que se convirtieron en estructuras burocráticas desconectadas de las bases populares.
Milei y los libertarios: La consecuencia extrema de la desconfianza
El fenómeno Milei debe analizarse no como causa sino como consecuencia. Su triunfo electoral fue posible porque millones de argentinos y argentinas dejaron de creer que la política tradicional pudiera resolver sus problemas concretos. Su discurso anti-establishment, por más falaz que sea en contenido, conectó con un sentimiento real: la percepción de que «la casta política» (como él la denomina), gobierna para sí misma y no para el pueblo.
Lo paradójico y trágico es que el gobierno libertario está demostrando ser exactamente lo contrario de lo que prometió. Lejos de representar una renovación, constituye la expresión más brutal de los intereses del poder concentrado. Su política económica beneficia exclusivamente a los sectores financieros y exportadores mientras condena a la miseria a millones de trabajadores y trabajadoras. Sus vetos sistemáticos a leyes fundamentales (jubilaciones, universidades y discapacidad), revelan un desprecio absoluto hacia los sectores populares. Los escándalos de corrupción que salpican a su círculo íntimo evidencian que la «batalla contra los privilegios» era pura retórica electoral.
Sin embargo, y esto es fundamental comprenderlo, el desgaste de Milei no garantiza automáticamente la recuperación de la credibilidad política. Si la oposición se limita a esperar que el gobierno se derrumbe por sus propias contradicciones, sin ofrecer un proyecto alternativo genuino, el desencanto ciudadano puede profundizarse aún más, abriendo las puertas a alternativas todavía más peligrosas.
¿Por dónde empezar?
- Coherencia entre el discurso y la práctica
El primer requisito para recuperar la confianza popular es terminar con la hipocresía que caracteriza a gran parte del ejercicio político actual. No podemos hablar de justicia social mientras nuestros dirigentes acumulan propiedades y cuentas bancarias inexplicables. No podemos denunciar la corrupción ajena mientras toleramos la propia. La ciudadanía no es ingenua, percibe perfectamente la distancia entre lo que se dice en los actos políticos y lo que se hace en el ejercicio del poder. Cada dirigente que predica una cosa y hace otra, profundiza el desprestigio de la política en su conjunto.
- Conexión real con las necesidades populares
La política debe volver a las calles, a los barrios, a los lugares de trabajo, a las escuelas y a los hospitales para escuchar genuinamente, para comprender las angustias cotidianas, para construir colectivamente las soluciones. El dirigente político no puede ser alguien que aparece solo en épocas electorales y vive desconectado del día a día de nuestra sociedad; debe ser parte constitutiva del tejido social, compartiendo los problemas y las luchas cotidianas. Esto implica incorporar a nuestras estructuras a trabajadores y trabajadoras de todos los sectores, a jóvenes con proyectos concretos, a referentes barriales que conocen los problemas desde adentro, a científicos y técnicos comprometidos con el desarrollo nacional.
- Propuestas concretas y realizables
El pueblo argentino está cansado de promesas grandilocuentes que nunca se cumplen. Necesitamos presentar programas de gobierno realistas, con objetivos medibles y verificables, tiempos definidos y fuentes de financiamiento claras. Cada propuesta debe estar fundamentada en diagnósticos precisos y debe incluir los mecanismos concretos de implementación. Podemos y debemos ser ambiciosos en nuestros objetivos de transformación nacional, pero nuestra ambición debe estar sustentada en planes viables, en capacidades técnicas comprobadas. No se trata de prometer menos sino de prometer mejor, proponiéndole a la sociedad transformaciones estructurales que realmente podamos llevar adelante.
- Transparencia y rendición de cuentas
La corrupción es uno de los factores que más alimenta la desconfianza ciudadana en la política. Necesitamos estructuras partidarias y gubernamentales absolutamente transparentes, donde cada peso gastado pueda ser auditado, donde las decisiones importantes sean públicas y fundamentadas, donde los funcionarios rindan cuentas permanentemente ante la ciudadanía.
El escándalo de los aportes del narcotráfico a la campaña de José Luis Espert, revelado por investigaciones judiciales, y que pareciera estar recién empezando, constituye un ejemplo paradigmático de la degradación ética que caracteriza al espacio libertario y a parte de la política argentina. Que un dirigente que se presenta como paladín de la transparencia y la lucha contra «la casta» haya recibido financiamiento de estructuras criminales dedicadas al tráfico de drogas, revela la profunda hipocresía de su discurso. Este caso no solo demuestra la falta de controles en el financiamiento de campañas políticas, sino también la complicidad de ciertos sectores de la dirigencia con el crimen organizado.
La implementación de sistemas digitales de seguimiento de gestión, audiencias públicas obligatorias para decisiones trascendentales, incompatibilidades estrictas entre función pública y negocios privados, control riguroso de las declaraciones patrimoniales y el origen de los fondos de campaña, y sanciones ejemplares para los corruptos, tiene que ser un pilar del proyecto nacional. La política debe ser un servicio al pueblo, no un negocio personal ni un refugio para quienes pactan con el crimen organizado.
Construcción colectiva y participación popular
Debemos transitar desde modelos verticalistas y personalistas hacia formas de organización donde las decisiones importantes se tomen colectivamente, donde existan mecanismos reales de participación popular, donde las bases partidarias no sean simplemente aparatos electorales sino espacios de formación, debate político y conexión con la ciudadanía. Esto implica revitalizar las organizaciones sociales, sindicales, estudiantiles y vecinales como espacios de construcción política. Implica reconocer que el conocimiento y la capacidad de transformación no residen únicamente en los dirigentes sino en el pueblo organizado. Implica construir nuevas formas de hacer política que combinen la eficacia de la organización con la democracia participativa.
Un Proyecto Nacional de largo plazo
Quizás el déficit más grave de la política argentina reciente sea la ausencia de un proyecto nacional que trascienda los mandatos gubernamentales individuales. Necesitamos consensuar objetivos estratégicos de largo plazo: qué Argentina queremos en 20 o 30 años, qué modelo productivo necesitamos desarrollar, qué lugar ocuparemos en el mundo, cómo garantizaremos justicia social y sustentabilidad ambiental simultáneamente. Este debate sobre el proyecto nacional debe ser suficientemente amplio para convocar a todos los sectores que genuinamente amen la patria, más allá de diferencias partidarias o ideológicas específicas. Debe incluir metas concretas de industrialización, desarrollo científico-tecnológico, integración latinoamericana, distribución del ingreso, cuidado ambiental y fortalecimiento institucional.
El camino que tenemos por delante
La reconstrucción de la credibilidad política no será rápida ni sencilla. Requerirá esfuerzos sostenidos, transformaciones profundas y dirigentes dispuestos a anteponer el interés nacional a las ambiciones personales o sectoriales. Pero es absolutamente necesaria si queremos recuperar la democracia como herramienta de transformación social y evitar que el desencanto popular siga siendo capitalizado por proyectos autoritarios o destructivos como el de La Libertad Avanza.
Las elecciones de octubre representan una oportunidad concreta para comenzar este camino. No se trata simplemente de derrotar electoralmente a Milei: se trata de demostrar que existe una alternativa política genuina, que la transformación nacional es posible y que la política puede volver a ser una herramienta al servicio de las mayorías populares. Esto requiere una autocrítica profunda, renovación política, apertura a nuevas formas organizativas y, sobre todo, compromiso inquebrantable con los intereses del pueblo trabajador. Requiere dirigentes que estén dispuestos a dar el ejemplo, que vivan con la austeridad que predican, que mantengan vínculos permanentes con las organizaciones populares, que estudien profundamente los problemas nacionales y que tengan la valentía de enfrentar los intereses concentrados que históricamente bloquearon el desarrollo argentino.
El pueblo argentino está esperando. Espera dirigentes que lo representen genuinamente, propuestas que resuelvan sus problemas concretos, un proyecto nacional que le devuelva esperanza en el futuro. Espera una política que lo enamore nuevamente, que lo convoque a ser protagonista de la transformación y que le demuestre que otro país es posible.
Depende de nosotros, de quienes seguimos creyendo que la política es la herramienta de transformación fundamental para la construcción de una sociedad más justa. La historia nos juzgará no por nuestras intenciones sino por nuestra capacidad de convertir la indignación en organización, la crítica en propuesta y el desencanto en esperanza movilizadora. Argentina necesita una dirigencia a la altura de las circunstancias… y ya no queda margen para fallar.
*Adolfo Buzzo Pipet es dirigente de Libres del Sur Ciudad de Buenos Aires