Javier Milei no es un libertario

El economista y exministro griego Yanis Varoufakis critica duramente al presidente argentino. Asegura que su gobierno no encarna el ideario libertario, sino que repite las políticas de endeudamiento y saqueo impulsadas por las élites económicas del país.
 Milei
Crédito: Archivo Presidencia de la Nación.

Está subordinado a los oligarcas argentinos

*Por Yanis Varoufakis

Has visto el espectáculo. Las patillas salvajes, los discursos encendidos, la motosierra rugiendo, la música heavy metal dominando sus actos masivos. Javier Milei, el autoproclamado loco anarcocapitalista que rompe cadenas, se presentó a sí mismo como una ruptura radical con todo lo anterior. Prometió hacer estallar a la casta política corrupta de la Argentina, abolir el Banco Central, adoptar el dólar y todo tipo de criptomoneda como monedas competidoras en el país. Era una apuesta audaz para reemplazar un siglo de fracasos peronistas y neoliberales por el sueño libertario: un mercado libre, puro y sin adulterar.

En todo el mundo, la derecha nacionalista —de Elon Musk, Benjamin Netanyahu y Donald Trump a Giorgia Meloni y el Daily Telegraph británico— lo idolatró. Niall Ferguson, el historiador de corte oligárquico, habló de un “milagro hecho por el hombre” en gestación. Durante unos breves meses, mientras la inflación argentina bajaba desde sus picos y las tasas de pobreza parecían disminuir, el coro de fanáticos se volvió ensordecedor. Hasta que, de pronto, todos guardaron silencio.

Hoy, el supuesto milagro ha quedado expuesto como un espejismo. La economía argentina se ha desplomado y el peso está en caída libre. Un desesperado salvavidas de 20 mil millones de dólares desde Estados Unidos y nuevos préstamos del FMI mantienen el show de Milei a flote hasta las próximas elecciones de medio término. Al observar más de cerca, incluso la “reducción de la pobreza” resulta ser otro espejismo: el índice cayó solo porque los ingresos medios bajaron más rápido que los de los sectores más pobres, lo que hizo que menos personas calificaran estadísticamente como pobres. La situación en Argentina es lo que cualquiera llamaría un colapso total. Pero ¿realmente debería sorprendernos?

Una vieja historia con un nuevo emblema

Milei explica el desastre culpando a la venenosa casta y a sus “sirvientas izquierdistas”. Mis camaradas de izquierda, por otro lado, ven en esto el fracaso inevitable de aplicar una ideología libertaria a la práctica. Pero no creo que ninguna de las dos explicaciones sea correcta. La verdad, me parece, es mucho más simple, más siniestra y tristemente familiar: Milei nunca rompió con las prácticas oligárquicas de la Argentina; simplemente las reempaquetó con un nuevo logo y una motosierra.

Su proyecto no fue una revolución libertaria, sino una reedición de los saqueos que ya habían llevado a cabo sus predecesores: desde el peronista Carlos Menem y el antiperonista Fernando de la Rúa, hasta el efímero Adolfo Rodríguez Saá (cuyo mandato duró apenas siete días), y más recientemente el neoliberal Mauricio Macri, que hoy respalda a Milei. Aunque el presidente usó la retórica libertaria para distanciarse de ellos, sus políticas no superan la más básica prueba de pureza libertaria.

Antes de que, querido lector, me descartes por ser marxista (que lo soy) y por querer descalificar el éxito de un rival político (cosa que evito como un pecado mortal), dejame plantearlo en términos libertarios. Si realmente creés en la sabiduría superior de los mercados y en liberar a la economía argentina de las ataduras políticas, ¿cuál mercado liberarías primero? El monetario, sin duda. ¿Qué distorsión de precios atacarías antes que ninguna otra? El tipo de cambio fijo, por supuesto. Y ¿qué sería lo último que harías? Exactamente lo que hizo Milei: endeudar al país hasta el cuello para impedir que el mercado decida libremente el valor del peso.

¿Por qué hizo esto? ¿Por qué rompió su promesa de eliminar el Banco Central y, en cambio, lo utilizó para mantener artificialmente alto el valor del peso? Su respuesta es que, de no haberlo hecho, el precio de los bienes importados se habría disparado, frustrando su batalla contra la inflación. Tal vez sea cierto. Pero ése fue el mismo argumento de los presidentes anteriores, cuyos legados la motosierra de Milei supuestamente iba a pulverizar. Un libertario jamás aceptaría esa lógica, que en mi opinión es la principal responsable de la crisis interminable del país.

En otras palabras, si realmente creés que los precios de las medicinas, el pan, la nafta o los iPhones deben dejarse al arbitrio del mercado, también deberías creer lo mismo sobre el valor del peso. Deberías confiar en que un peso más débil encarecería las importaciones y, en consecuencia, ayudaría a equilibrar el mercado de manera natural.

Como libertario, Milei debería saber que apuntalar el peso es una apuesta insensata. Cuando se acaban los dólares del Banco Central, no queda otra que hacer lo que ningún libertario respetable haría: entrar en un juego suicida contra los financistas internacionales, que siempre pueden reunir más poder de fuego que cualquier tarjeta de crédito que le ofrezca el FMI o el Tesoro de EE. UU.

No puedo asumir que Milei sea un tonto. La única explicación posible es que sabía perfectamente lo que estaba haciendo. Argentina es una sociedad profundamente desigual, con una población empobrecida, un sistema político sofisticado y un sector industrial anticuado, junto con una élite agroexportadora y minera cuyos ingresos en dólares les permiten vivir a nivel del primer mundo. Esa élite desearía reemplazar el peso por el dólar, como ocurrió en Ecuador, para transferir sin límites sus activos a Nueva York o Ginebra. Cuando no pueden, exigen un peso fuerte para liquidar activos locales y fugarlos al exterior. Y los presidentes argentinos rara vez se niegan a cumplirles.

En 1991, el ministro Domingo Cavallo, bajo Menem, implantó la “Convertibilidad”: un peso igual a un dólar, financiado con una montaña de deuda externa. Ese peso artificialmente caro destruyó las exportaciones y condujo al colapso de 2001. ¿Les suena familiar?

Algo similar ocurrió bajo Mauricio Macri. Endeudó al país para complacer a los acreedores extranjeros y mantener un peso sobrevaluado, hasta que recurrió al préstamo más grande en la historia del FMI: 56 mil millones de dólares. El dinero alcanzó para sostener el peso el tiempo suficiente para que los grandes fondos y la oligarquía local pudieran hacer lo de siempre: liquidar activos y fugar capital.

Milei prometió terminar con esa historia. Pero hizo lo contrario: repitió el mismo saqueo, solo que con una motosierra como marca registrada. Endeudó al país nuevamente en dólares para manipular el mercado cambiario y abrió otra ventana para que los más ricos transfirieran su dinero al exterior. Y cuando llegue el colapso, serán los sectores más débiles los que carguen con el costo.

¿Por qué entonces este ajuste salvaje en los primeros meses? Si de todos modos iba a inflar la deuda para sostener el peso, ¿qué sentido tenía destruir ministerios, eliminar la obra pública y recortar el gasto social hasta el hueso? Su objetivo era mostrarle a los “vigilantes” del mercado su fanático compromiso con el déficit cero, esperando así que lo ayudaran a mantener el peso alto un poco más. Fue, en resumen, una política de tierra arrasada para ganar tiempo y completar el saqueo.

Una oportunidad desperdiciada

En lo personal, no soy quién para criticar a otro político por usar una campera de cuero y prometer un cambio radical contra el círculo vicioso de la deuda y la devaluación. Pero no puedo evitar la comparación con mi propio primer ministro en 2015, quien también usó un discurso radical —esta vez de izquierda— para luego rendirse ante las élites locales y extranjeras.

Como en aquel caso, el verdadero legado de Milei no será la libertad, sino un país aún más empobrecido y saqueado que antes. Tuvo la oportunidad de llevar a cabo un experimento libertario auténtico, pero la desperdició al facilitar una nueva venta de liquidación de los activos argentinos. Si se hubiera mantenido fiel a su ideología, al menos podríamos haber evaluado si el libertarismo funciona o no. En cambio, su sumisión a la clase dominante nos negó incluso esa mínima lección.

Y así continúa la búsqueda global de alternativas reales frente a la deprimente repetición de las mismas viejas prácticas oligárquicas.

*Yanis Varoufakis es economista, académico y exministro de Finanzas de Grecia. Reconocido por su crítica al neoliberalismo y al poder de las élites financieras, escribe regularmente sobre política económica global y democracia para medios internacionales como UnHerd y The Guardian.

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