La Semana Mundial del Parto Respetado invita a reflexionar sobre las prácticas de atención durante el embarazo, parto y posparto. En este marco, se exige un cambio profundo en los modelos médicos tradicionales.
En relación a esto último, aunque Argentina cuenta con la Ley de Parto Humanizado -sancionada en 2004- todavía existen problemas que van desde la falta de formación en perspectiva de derechos, las intervenciones innecesarias y la violencia obstétrica. Frente a este panorama, promover la autonomía, el bienestar y el respeto en cada nacimiento no solo es necesario, sino que se trata de una cuestión de derechos.
Por esta razón, se celebra la Semana Mundial del Parto Respetado del 13 al 19 de mayo. Se trata de una iniciativa impulsada hace más de dos décadas por organizaciones sociales, profesionales de la salud y activistas de derechos humanos para visibilizar una lucha que aún persiste.
Por un parto empático y amoroso
Este año, la consigna destaca la importancia de repensar la atención obstétrica desde una mirada centrada en quien gesta, promoviendo prácticas que prioricen su bienestar, autonomía y derecho a decidir. Bajo el lema “Un parto respetado es más salud para vos y tu bebé. Elegí cuidarte”, se busca generar un cambio real en los modelos de atención.
El parto respetado implica una serie de condiciones fundamentales. Entre ellas, recibir información clara y oportuna; elegir a la persona que acompañará durante el parto; evitar intervenciones innecesarias como episiotomías o cesáreas sin justificación médica; ser tratada con respeto, empatía y calidez; tener contacto piel a piel inmediato con el recién nacido; y promover el vínculo y la lactancia desde el inicio. Estas prácticas impactan directamente en la salud física y emocional de quien da a luz y del bebé.
El verdadero desafío tiene que ver con el parto respetado todavía depende más de las voluntades individuales de los profesionales de la salud que de políticas sistemáticas. Pese a que hay modelos de atención más humanizados, también hay numerosos establecimientos donde se priorizan los protocolos rígidos, la velocidad del sistema o la lógica de “una cama más”.
La violencia obstétrica, reconocida por la Ley 26.485 como una forma específica de violencia de género, sigue siendo una realidad cotidiana. Comentarios humillantes, tactos reiterados, prácticas sin consentimiento, separación injustificada del bebé y la desautorización de los deseos de la persona gestante son apenas algunas de las formas más comunes de esta violencia.
En ese sentido, es imprescindible atender a la formación profesional. Si bien algunos espacios académicos incorporan la perspectiva de género y derechos humanos en las carreras de medicina, obstetricia y enfermería, todavía falta mucho para que el enfoque respetuoso se convierta en norma.
Cabe resaltar que no se trata solo de reducir las cantidades de cesáreas innecesarias o evitar traumas, sino de construir una atención empática, amorosa y segura. Desde asociaciones de parteras hasta colectivos feministas, la exigencia es la misma: que se garantice lo que ya está escrito en la ley, que se escuche a quienes paren y que se transforme el sistema de salud para que cada nacimiento sea una experiencia de poder y no de sometimiento.