El miércoles 12 no era una movilización más, en la zaga de jornadas de la represión constante de Milei y su Gobierno contra jubiladas y jubilados, porque todo pintaba para una plaza llena frente al Congreso.
El origen del asunto es que con una canasta básica que prácticamente triplica los ingresos de la enorme mayoría de los trabajadores pasivos, la primera violencia es la económica.
Las represiones a baja escala de cada miércoles, casi incorporadas al paisaje urbano, tuvieron un quiebre en las últimas horas, cuando a raíz de la participación de hinchas de clubes de fútbol, sindicatos y colectivos políticos y sociales, el reclamo por mejores ingresos adquirió un volumen que no tenía en las semanas previas.
La caracterización oficial de “barrabravas y militantes” a quienes decidieron acompañar el acto, fue replicada por el sistema mediático tradicional (que sigue siendo el que marca agenda, más allá de las redes y los nuevos formatos), e implica la segunda noción de la violencia, que es la simbólica.
La definición, además de mostrar un determinado sistema de valores, significa una toma de posición de carácter bélico. A eso se le suma, un video que también se hizo viral en las agitadas horas que van desde ayer. Un camión hidrante de la Policía de la Ciudad propalando un “vengan zurdos”, en una escena que si no fuera trágica, daría algo de risa por el absurdo.
Y está, desde luego, la violencia directa, la represión de las fuerzas de seguridad nacionales y de la Ciudad de Buenos Aires. Participaron 5 instituciones, a las órdenes de Javier Milei, Patricia Bullrich, Jorge Macri y Horacio Giménez, el nuevo ministro de Seguridad porteño.
Policía Federal, Gendarmería Nacional, Prefectura Naval y Policía de Seguridad Aeroportuaria, fuerzas de carácter federal y con la autoridad política nacional. La Policía de la Ciudad, con jurisdicción en territorio porteño. Todo eso, con un despliegue descomunal para evitar la movilización en apoyo a los jubilados.
Cientos de heridos y 118 personas detenidas, la mayoría puestos en libertad esta madrugada con el fallo de la jueza de Primera Instancia en lo Penal, Contravencional y de Faltas N° 15, Karina Andrade, que tomó esa medida luego de los arrestos ocurridos durante la manifestación en las inmediaciones del Congreso Nacional.
Previsiblemente, esta mañana el vocero presidencial Manuel Adorni sostuvo que «los que militan la impunidad en cada fallo también son cómplices». Lo hizo en su cuenta de X, en una continuidad de la provocación discursiva, que alimenta y de nutre de la represión directa.
Lo que el Gobierno de Milei quiso y logró evitar
Todo indicaba, desde el día anterior a la convocatoria con las declaraciones amenzantes de Bullrich, que el Gobierno no quería el Congreso rodeado por una movida multitudinaria. Desde la aplicación del Protocolo Antipiquetes de Bullrich, el control de las calles es el principal objetivo. Por eso la represión, que se suma a la larga lista en los 15 meses de Gobierno de Milei, comenzó inclusive antes de la hora pautada para la convocatoria, que era a las 4 de la tarde del miércoles.
Se trata de una de esas fotos, las de una plaza llena y las calles rebosantes, que son símbolo constitutivo de la historia argentina. Desde aquel “el pueblo quiere saber” en el Cabildo Abierto de 1810 al “se va a acabar la dictadura militar”, la participación popular directa es parte central de la construcción de la democracia. Un sistema que adolece de muchos defectos, pero que además del voto cada dos años, otorga de manera constitucional el derecho a la protesta.
Si eso se corta, ni hablar si es de manera violenta, la que está lesionada es la propia democracia.
El miedo es un muerto colectivo
La foto que ilustra esta nota fue captada por Pepe Mateos, un destacado reportero gráfico con muchos años de trayectoria. Quien está tirado es Pablo Grillo, fotógrafo que fue tumbado por un cartucho de gas lacrimógeno disparado directo a su cabeza, cuando intentaba retratar las acciones represivas.
Si se mira la imagen con detenimiento, se puede advertir que en esa cámara de Pablo Grillo está la cara de su agresor.
En estas horas, Pablo se debate entre la vida y la muerte en el Hospital Ramos Mejía, donde fue operado, con su cráneo destrozado y con pérdida de masa encefálica.
La foto de Pepe Mateos remite a las que él mismo tomó el 26 de junio de 2002, en la estación de Avellaneda. Al día siguiente, Clarín usó una de esas imágenes, en la iconica tapa en la que se sembraban la duda sobre quién había disparado contra Darío Santillán y Maximiliano Kosteki.
A las horas de esa publicación, la secuencia de esas tomas, junto a las de Sergio Kowalewski, ayudaron a comenzar a esclarecer la responsabilidad penal del comisario de la Bonaerense Alfredo Fanchiotti y su banda. Por esas muertes fueron condenados a perpetua, aunque las responsabilidades políticas nunca recibieron su castigo.
Casi 23 años después la historia se le parece bastante, con los mismos agravantes. Porque a las violencias económicas, simbólicas y directas, hay que volver a sumarle la violencia mediática. La de los graphs de la televisión, las y los panelistas que gritan desaforados en las pantallas, las redes que se hacer eco y amplifican.
Y las tapas de los diarios, siempre al servicio de construir los relatos del poder. No es el poder político, transitorio funcional, sino el real, el permanente. El poder económico de las corporaciones, locales y extranjeras, que ven en el Estado no a un enemigo a destruir, sino en un aliado en la defensa de sus intereses cada vez más concentrados.
En ese sentido, la calle llena con el pueblo y sus formas de organización expresándose son el terror del poder. Son la contracara del miedo que quieren instalar.
Si hay un muerto, el dolor es colectivo. Lo mismo que el miedo.
Pero ese miedo no puede paralizar y la respuesta colectiva debe ser defender la calle, como símbolo de la participación y del fortalecimiento de la democracia.
Una democracia que está en peligro, como las vidas de los que se animan a no tener miedo.