Desde el pasado mes de enero, se puede disfrutar en la calle Corrientes de la obra “Imagen velada”, la última creación del genial dramaturgo Santiago Gobernori. Bajo la producción general de Bárbara Lombardo y Sebastián Celoria, este trabajo nos presenta a once actores en escena, dispuestos a trasladar al público al universo de la disfuncionalidad y superficialidad de un grupo de amigos burgueses.
El director, fiel a su estilo, invita al espectador a una fiesta donde el champán es barato y las sonrisas más falsas que promesa de campaña electoral. Las funciones son los martes a las 20:30, en el Teatro Astros (Av. Corrientes 746, CABA).
Con más de dos décadas sobre los escenarios como actor, director y dramaturgo, y con piezas destacadas como «La verdad efímera» y la sensible «Pobre Daniel«, Gobernori se distingue en sus piezas, por acumular situaciones insólitas. De esas que deja al espectador sin aliento, pero siempre con una sonrisa cómplice.
Su clave es la buena dinámica y la chispa de espontaneidad de sus personajes, siempre cargados de humor y capaces de acelerar la atención de cualquiera que se sienta en la butaca. Esta vez su trama nos presenta al alma errante de un querandí, condenado a presenciar, muy a su pesar, uno de los espectáculos más deprimentes de la modernidad: un fin de semana de excesos y banalidades en un country de la zona norte de Buenos Aires.
A través de este espíritu ancestral, observamos a un grupo de «amienemigos» atrapados en su burbuja de privilegios, donde la historia argentina es una molestia y la introspección, una pérdida de tiempo entre líneas de diálogo tan vacías como sus propias existencias.
Dinamica dirección y un grupo genial de personificaciones
La dirección de Gobernori es precisa como un bisturí, diseccionando con humor negro y sin piedad las hipocresías y contradicciones de esta clase social que, aparentemente, no ha avanzado mucho desde las páginas de Sarmiento.
Los personajes de esta historia están atrapados en un espacio del que parecen incapaces de escapar, no por impedimentos físicos, sino por su propia indiferencia y egocentrismo. Se comportan como adolescentes tardíos, excitados no solo por las drogas, sino también por el mero placer de escucharse a sí mismos citar autores y obras que, probablemente, ni hayan leído.
El elenco, conformado por Victoria Baldomir, Julián Cabrera, Paloma Contreras, Marcos Ferrante, Guido Losantos, Tincho Lups, Bárbara Massó, Facundo Livio Mejías, Paula Pichersky, William Prociuk y Sabrina Zelaschi, brilla en su sincronía. Mueven el escenario con la fluidez de un reloj suizo, aunque las palabras que salen de sus bocas sean tan vacías como sus preocupaciones existenciales.
Los actores utilizan un gestus social al estilo de Brecht, exagerando muecas y tonos para subrayar el absurdo en el que viven estos personajes. Destaca especialmente la interpretación del indio querandí, quizás el único ser en escena que transmite autenticidad y calma en medio de tanto ruido y furia sin sentido.
Es irónico que el más invisible de todos sea quien más llama la atención. Mientras el resto grita, se queja y nunca está satisfecho, él observa y analiza, ofreciendo una perspectiva que contrasta con la histeria colectiva que se desarrolla a su alrededor.
La puesta en escena de Paola Delgado es minimalista pero efectiva; no necesita más, ya que los verdaderos adornos son las personalidades de estos individuos que, en su búsqueda de placer y autocomplacencia, revelan la vacuidad de sus vidas. La escenografía y el diseño de iluminación de Ricardo Sica, sirven como telón de fondo para resaltar las actuaciones y el dinamismo del elenco, sin distracciones innecesarias.
«Imagen velada», en resumen
En definitiva, «Imagen velada» es una experiencia teatral que, bajo la apariencia de comedia negra, nos invita a cuestionar nuestras propias complicidades y silencios. Es una bofetada necesaria, un recordatorio de que el teatro no solo está para entretener, sino que también tiene la obligación de incomodar y despertar conciencias.
Santiago Gobernori y su talentoso elenco han logrado, sin duda, cumplir con esta misión. Nos entregan una obra que es áspera, que no busca complacer, sino sacudir al espectador y dejarlo reflexionando mucho después de que las luces se hayan apagado.