El flashmob de los estudiantes de la Universidad Nacional de las Artes (UNA), en la estación de Once muestra la creatividad al palo y al servicio de la lucha y la resistencia. Son los que entienden en la práctica cotidiana, que la realidad transita por varios carriles en simultáneo. Sin teorizar demasiado, ejercen el derecho a la protesta con dos elementos que la política mediatizada niega, tapa o desprecia: los cuerpos y el espacio público.
Para los cuerpos, puestos al servicio de la debate que no se contenta con los ejes del algoritmo, no hay otro espacio que el público. Por eso, los mecanismo de control y represión desplegados desde el mismo diciembre de 2023. El Protocolo de Patricia Bullrich como equivalente terrenal a la concentración, en un par de corporaciones, de los movimientos digitales de las redes.
Cuando los cuerpos se expresan en las redes le hablan a quienes el algoritmo decide, porque la idea es segmentar/aislar y que cada cuál se exprese con «libertad», desde la tranquilidad de la pantalla individual.
Pero cuando el escenario es la calle el Gobierno tiembla y no hay nada más peligroso que la combinación del temor a lo popular con el uso del aparato represivo. Cuando el temeroso de A la movilización poular, la cabeza de un Estado le responde con contundecia, porque de ese modo tapa su angustia histórica, porque las plazas llenas le recuerdan que los privilegios de los sectores altos están en tensión.
No es un tema de tránsito vehicular ni de ordenamiento del espacio público. Es el debate cuerpo a cuerpo en el territorio callejero por la distribución y la riqueza. En el fondo de la cuestión, esa es siempre la disyuntiva.
Javier Milei, el menemismo y la naftalina de la política
Frente a un gobierno que quiere escribir la historia haciendo una mala copia con papel carbónico de la década de los noventa, el rasgo distintivo de la sociedad argentina vuelve a poner de manifiesto que cuando aumenta la proporción entre ajuste y represión, crecen las acciones que se oponen.
Se ha dicho y siempre hay que recordarlo: la capacidad de avance de los planes de ajuste la marca la tolerancia de los ajustados.
En ese contexto, dos novedades grafican el intento oficial por llevar a cabo esa frase del Presidente que no es un meme, aunque cause cierta gracia: «soy el topo que viene a destruir el Estado desde adentro».
El anuncio de la futura concesión o privatización del ramal ferroviario Belgrano Cargas es un volver a los noventa sin paradas intermedias. Hasta tiene el beneplácito de un sector sindical, como el titular del gremio Unión Ferroviaria (UF), el más numeroso del sector.
Paradójicamente, o no, hace justo un año cuando Javier Milei era todavía candidato, Sergio Sassia firmaba un documento en el cual se afirmaba que «hablar de privatización suena a un simple reduccionismo ideológico».
En ese texto, Sasia recordaba que el instumento tenía que ser la Ley 27.132, sancionada en abril de 2015, que trata sobre la política de reactivación de los ferrocarriles de pasajeros y de cargas.
“Si está pensado con aportes privados, con una mirada de desarrollo y de más inversiones, lógicamente sería importante”, dijo en una entrevista con Infobae el líder de la Unión Ferroviaria y de la Confederación Argentina de Trabajadores del Transporte (CATT), que también integra la conducción de la CGT.
Quien se desmarcó de Sasia fue Rubén Pollo Sobrero, el titular de la UF Seccional Oeste al asegurar en una entrevista radial que “son 17 provincias las que atraviesa el Belgrano Cargas, y va hacia los puertos. Cerraron Pehuajó y ahora van a cerrar Chaco. Nadie del gremio dijo nada. Por algo lo llaman el primer mileísta a Sergio Sasia”, denunció.
El Pollo Sobrero también afirmó que Sasia “no va a parar” el próximo 30 de octubre y “asesora” al Gobierno sobre las privatizaciones.
Sergio Sasia y Rubén Pollo Sobrero, dirigentes de la Unión Ferroviaria, con miradas contrapuestas en torno a la concesión del Belgrano Cargas.
El tren es emblemático en la historia de nuestro país. El apotegma de Carlos Menem a comienzos de su Gobierno sobre que «ramal que para, ramal que cierra», es la Biblia para esta gestión. Con apelaciones alejadas de la realidad, con datos falsos sobre la historia y tergiversaciones varias, Javier Milei y sus funcionarios replican un modelo que terminó en fracaso. El colmo de esa lógica del «miente, miente, que algo quedará» es el posteo en X del ministro de Desregulación y Transformación del Estado, Federico Sturzenegger.
De no ser por los subsidios y por haberse hecho cargo de la parte más costosa de la operación ferroviaria como el mantenimiento de las vías, no hubieran subsistido tanto tiempo las concesiones del sector.
Otra perla que deja la semana es el anuncio del «cierre» de la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP), cuando en verdad de lo que se trata es el cambio de nombre por el de Agencia de Recaudación y Control Aduanero (ARCA), un nombre que ya tiene un dominio digital ocupado por la Agencia de Recaudación de Catamarca (www.arca.gob.ar).
Cambio de nombre y reducción de la planta de trabajadores, que en el fondo esconden el verdadero objetivo de la gestión Milei: cobrar menos impuestos (a los ricos).
Y para la que viene, otra vez a la carga contra Aerolíneas Argentinas. El martes se debatirán en la Comisión de Presupuesto de la Cámara de Diputados dos proyectos de privatización de la empresa: uno del oficialismo y el otro de la Coalición Cívica.
Estos ejemplos no son los únicos y forman parte de todo aquello que desreguló en texto del Decreto de Necesidad y Urgencia 70/2023 y que fue incluido en el megaproyecto conocido como Ley de Bases. «Nada de lo que deba ser estatal quedará en manos del Estado», fue la frase del inconsciente (en términos psicológicos), de Roberto Dromi. Del entonces ministro de Obras Públicas al actual vocero presidencial Manuel Adorni, que comunica cada día la «felicidad» del Gobierno que integra por desguazar el Estado que gestiona, pasaron poco más de 30 años.
Tres décadas pasaron desde ese menemismo que vuelve recargado, con funcionarios que escriben con los «nuevos» textos con un papel carbónico que, como todos sabemos, transciben el original en una copia manchada.