SANTIAGO – El redescubrimiento del gran puma en la cordillera de Nahuelbuta, en el sur de Chile, volcó las miradas hacia el rol clave de los hongos como reservorio de carbono y su papel vital para prevenir el cambio climático.
Existen muchos tipos de hongos en el planeta y pese a que cumplen un papel relevante para la vida humana y la biodiversidad solo se han catastrado unas 148 000 especies aunque se estima existen más de dos millones.
La historia humana está ligada a hongos como el Ganoderma australe y el Fomes fomentarius, usados por pueblos cazadores que habitaron Europa hace 5300 años y también por el chileno pueblo mapuche.
Sin embargo muchos ignoran que los hongos son relevantes para producir productos tan variados como pan, queso, chocolate, vino y cerveza. Todos requieren levaduras que son hongos unicelulares.
Pese a su nombre, el gran puma (Austroomphaliaster nahuelbutensis) tiene apenas cinco centímetros. Había sido registrado por la ciencia en 1982 gracias al micólogo chileno Norberto Garrido.
“Los hongos son una muy buena fuente de reservorio de carbono. Este entramado de raíces y micelios que existe bajo la tierra ayuda a conservar el carbono y que éste no vaya a la atmósfera”: Daniela Torres.
Una expedición liderada en mayo del 2023 por Daniela Torres, encargada de la oficina en Chile de la Fundación Fungi, encontró dos ejemplares en el subsuelo del Parque Nacional Nahuelbuta, ubicado entre las regiones de Bío Bío y la Araucanía, a unos 600 kilómetros al sur de Santiago.
Tras una cuidadosa recolección con participación de la comunidad local, los ejemplares fueron enviados al micólogo argentino Francisco Kuhar quien realizó un análisis comparativo con la muestra original encontrada por Garrido y almacenada en el herbario de la ciudad alemana de Munich, que posee un gran fungario.
Se confirmó así el hallazgo del gran puma, una especie marrón grisácea que vive debajo del suelo asociado a raíces de robles (Nothofagus obliqua) y raulíes (Nothofagus dombeyí), propios de los bosques andinos.
El rol clave de los hongos
La Fundación Fungi es una organización internacional que trabaja para conservar los hongos, sus hábitats y las personas que dependen de ellos. Fue creada el 2012 en Chile siendo la primera dedicada exclusivamente al reino de los fungi, los hongos. Desde 2020 tiene su sede central en Nueva York y proyectos y programas en Costa Rica, México e India.
Esta Fundación independiente confirma que los árboles son los organismos vivos más antiguos de la tierra, pero resalta que “sin el apoyo subterráneo de sus parientes hongos no serían capaces de almacenar carbono en sus troncos y crear oxígeno”.
Los hongos tienen una relación mutualista con los árboles de cuyas raíces reciben dióxido de carbono (CO2) que les ayuda a crecer y a desarrollarse.
En una entrevista con IPS desde la ciudad balneario de Viña del Mar, la micóloga Torres comentó que “los hongos son una muy buena fuente de reservorio de carbono. Este entramado de raíces y micelios (cuerpos del hongo comparables a raíces en las plantas)) que existe bajo la tierra ayuda a conservar el carbono y que éste no vaya a la atmósfera”.
Biotecnóloga de profesión, Torres, de 35 años, subrayó el poder degradador de algunos hongos, entre otros muchos beneficios.
“Casi 90 % de las plantas terrestres necesitan distintos tipos de hongos para obtener sus nutrientes, para tener una mayor defensa frente a ciertas plagas, como también la distribución y el área de absorción de agua”: Daniela Torres.
“Descomponen materia orgánica de forma natural, tienen alguna adaptación para consumir distintos tipos de plásticos y desechos como pañales, colillas de cigarros, que son contaminantes bastantes importantes dentro de la sociedad”, aseveró.
Recordó, asimismo, que los hongos acompañan diversas instancias del desarrollo humano.
“Están presentes en fármacos, en biotecnologías con las fermentaciones, con los bioprocesos. Todo eso suma e indica que los hongos sí tienen algo que decir y deberían estar en las conversaciones de conservación de la naturaleza y también para enfrentar los desafíos frente al cambio climático”, indicó.
Los hongos desempeñan un papel crucial en mantener el equilibrio de las plantas, enriquecer el suelo y conservar el agua. No solo son una parte decisiva del ciclo de vida, sino también tienen un potencial para contribuir a un futuro más sostenible.
“Casi 90 % de las plantas terrestres necesitan distintos tipos de hongos para obtener sus nutrientes, para tener una mayor defensa frente a ciertas plagas, como también la distribución y el área de absorción de agua”, destacó Torres.
Las plantas entregan al hongo ciertos nutrientes y carbón necesarios para su crecimiento y el hongo es capaz de sintetizar algunos nutrientes que la planta por si sola no puede obtener.
“Además, aumentan el área de absorción de agua. Si la planta puede llegar a 20 metros, con un hongo puede alcanzar kilómetros. El micelio (talo) es el verdadero cuerpo del hongo y puede abarcar enormes áreas”, agregó.
Entre los aportes de los hongos al cambio climático destaca el secuestro de carbono, además de ser buena fuente de descontaminantes de plásticos, desechos de polímeros y de lugares afectados con derrames de petróleo, incendios o incluso en zonas donde hubo catástrofes nucleares como Hiroshima. Es la llamada mico remediación.
También son una fuente innovadora de soluciones a problemas como fármacos e incluso bloqueadores solares, todas basadas en la naturaleza. Y contribuyen a recuperar o formar suelos en lugares con impacto de ganadería o forestal para la generación de nuevas especies, tanto plantas como animales.
Avanzada legislación chilena
Chile es el primer país latinoamericano que legalmente reconoce y protege a los hongos, incluyéndolos el año 2010 en la Ley 19300 sobre Bases Generales del Medio Ambiente. Argentina, Colombia y Perú también han dado pasos para contar con una legislación al respecto.
Un primer cambio relevante en Chile ha sido la realización de un catálogo nacional de hongos. El último proceso efectuado en 2019 catalogó 45 especies de hongos y líquenes, pero hoy se estima que esa cantidad ya bordea los 160.
Se estableció también listas rojas oficiales para proteger a los que están en peligro.
“Esto ayuda a priorizar las acciones no solamente con ecosistemas y especies sino también con lugares donde se conserva”, destacó Torres.
La ley obliga, asimismo, que los estudios de impacto ambiental incluyan a la funga y no solo a la flora y fauna en sus reportes de afectación.
“Esos cambios han permitido gestionar un espacio para desarrollar la micología en Chile, para nuevas áreas de investigación y destrabaron líneas de financiamiento nacional para el desarrollo de la micología”, detalló Torres.
Prevalece, sin embargo, una amenaza de extinción masiva de hongos debido al cambio climático, la deforestación, la recolección inadecuada y los incendios, entre otros factores.
Por ello, para Torres, es urgente catastrar los hongos existentes.
Según la Fundación, “hay muchos hongos no descubiertos y otros amenazados, por lo que se necesitan micólogos, científicos y de la ciudadanía misma para ayudar a clasificar, registrar y evaluar especies, lo que podría ser clave para proteger ecosistemas cruciales”.
Por ello la oenegé lanzó una campaña con un estándar de recolección científica, para que quienes se interesen puedan recolectar adecuadamente en los patios de sus casas o en los bosques sus propios especímenes y validar correctamente las muestras para que sean investigadas e incluidas en un fungario, donde se almacenan setas, hongos y líquenes.
“Tenemos la convicción de que tanto en la naturaleza como en los hongos, la humanidad y la ciencia podrían coincidir con soluciones a problemas contingentes como el cambio climático, las soluciones de conservación del agua y los avances de la medicina”, plantea.
Loyo, hongo comestible en peligro
En Chile el loyo (Boletus loyo Phil) es un caso emblemático porque está amenazado con desaparecer. Se trata de una especie endémica ligada a ciertas regiones y con una distribución limitada.
“Es una especie comestible que tiene asociada una cultura de recolección por los pueblos originarios. Es una especie ancestral que ha sido consumida por comunidades mapuche”, reveló Torres.
El loyo está asociado a raíces de árboles nativos como robles, coigues (Mapudungun koywe, un tipo de roble propio del sur de Chile y el norte de Argentina) y raulís (notofagáceas de la familia Fagale, originarios del hemisferio sur) y está presente en bosques centenarios cada vez más amenazados.
“Esta especie es un ejemplo por su relación con las comunidades actuales y ancestrales como también su relación con el medio ambiente. Es grave que una especie de este calibre esté amenazada por la deforestación”, apuntó Torres.
El loyo necesita un bosque nativo ancestral, milenario, para su desarrollo porque no crece en bosque nativo de cinco, 10 o 50 años.
Este hongo está actualmente en la lista roja en Chile por su peligro de extinción y a nivel mundial está categorizado como especie vulnerable.
Formar nuevas generaciones
Torres subraya la necesidad de formar a las nuevas generaciones sobre los roles ecológicos y como interactuamos diariamente con los hongos sin que nadie cuente sobre ello en las escuelas.
Por ello impulsó un acuerdo para crear el 2022 una sala fungi en el Museo Interactivo Mirador, situado en el sur de Santiago y visitado cada año por decenas de miles de estudiantes.
En ese recinto todos pueden acceder al conocimiento sobre el reino fungi y su relevante rol en la vida humana y evitar que este saber quede restringido a un grupo privilegiado.
El propósito es aumentar la conciencia sobre los aportes y los riesgos que enfrentan los hongos, así como explicar, por ejemplo, que solo una minoría es cultivable y otra comestible.
Al igual que las plantas, hay especies de hongos que se pueden cultivar, pero la gran mayoría no porque es imposible trasladarlos de un lugar a otro ni replicar los ecosistemas que les permiten crecer.
El contenido de esta nota es de la fuente IPS