Desde el comienzo del conflicto Rusia–Ucrania, toda la maquinaria de Occidente se encargó de construir una narrativa donde Rusia aparece aislada del mundo. Según el relato occidental, el país gobernado por Vladimir Putin se encuentra más solo que nunca, repudiado por la famosa “Comunidad Internacional”. Los hechos, sin embargo, sugieren otra realidad.
En tan solo los últimos 15 días, Putin participó en Teherán de una cumbre con sus pares de Turquía e Irán, dos pesos pesados de la región. En el encuentro reforzó los lazos con el país liderado por Ebrahim Raisi, con quien comparte la condición de haber sufrido sanciones impuestas por Estados Unidos.
Por otro lado, la cumbre le permitió a Rusia profundizar en los puntos de encuentro con Turquía, país miembro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Asimismo, el ministro ruso de Relaciones Exteriores, Sergei Lavrov, inició una gira por África con importantes encuentros bilaterales.
Lo cierto es que, después de cinco meses de iniciado el conflicto, la imprescindibilidad de Rusia en el sistema internacional quedó demostrada. La nación euroasiática no solo profundizó en sus alianzas estratégicas sino que, a su vez, acercó posiciones con otros actores internacionales.
Por otro lado, cada vez son más quienes alzan la voz contra la estrategia anti-rusa de la OTAN y la Unión Europea (UE), y las consecuencias que esta produjo en Europa.
Rusia aislada del mundo: la base del relato
Dos hechos fueron los que alimentaron el relato atlantista de una Rusia aislada en el plano internacional. Por un lado las sanciones económicas. Por el otro, las votaciones en la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Sobre esta base, toda la maquinaria política-diplomática-mediática de Occidente intentó instalar la idea de una condena homogénea a Rusia por parte del resto del mundo.
Las miles de restricciones impuestas, que convirtieron a Rusia en el país más sancionado a nivel mundial, tuvieron no solo el objetivo de hundir la economía rusa, sino también de romper con el acercamiento estratégico de Europa con Eurasia. Sin embargo, más allá de las enormes dificultades que trajeron las sanciones, la economía rusa muestra signos de recuperación. Paradójicamente, las restricciones tuvieron el efecto contrario y la crisis se trasladó al viejo continente.
En este sentido, la dependencia europea con Rusia, especialmente en materia energética, hace que primen las necesidades e intereses por sobre las afinidades ideológicas o los mandatos extranjeros. Los países periféricos de la UE, siempre perjudicados por las políticas que impone Bruselas, cada vez miran con más recelo la estrategia atlantista y ven a Rusia como un actor ineludible en el plano internacional.
Por otro lado, en marzo, la Asamblea General de las Naciones Unidas condenó el accionar ruso en territorio ucraniano. En esa primera instancia, que Occidente utilizó como prueba del aislamiento ruso, 40 países se negaron a aprobar la resolución que condenaba la operación de Rusia en Ucrania. La población de esas naciones es de 4470 millones, es decir un 57,3% de la población mundial.
Un mes después, en abril, la ONU suspendió a Rusia del Consejo de Derechos Humanos por 93 votos a favor, 24 en contra y 58 abstenciones. Es decir, 82 países, que representan el 76,2% de la población mundial, rechazaron suspender a la nación euroasiática.
El marco de alianzas
En primer lugar, el conflicto ruso-ucraniano se inscribe en una transición global hacia un Nuevo Orden Multipolar. En ese marco, la Rusia de Putin, pieza clave en esa transición, fue generando un marco de alianzas estratégicas e integrales a lo largo de las últimas dos décadas.
El estallido bélico, lejos de romper con esa configuración de alianzas en el plano internacional, las ha profundizado. El ejemplo más concreto es China que, a pesar de la incomodidad que le produce el conflicto, no solo reafirmó la asociación estratégica con Rusia, sino que también aumentó sus relaciones comerciales.
Los BRICS (Brasil-Rusia-India-China-Sudáfrica), que este año celebraron su XIV cumbre anual, representan no solo el 40% de la población del mundo, sino también casi el 26% de la economía global. La plataforma, que inició un proceso de ampliación en el que pretende incorporar a Argentina e Irán, es un espacio clave para Rusia.
Lo mismo sucede con la Organización de Cooperación de Shangai (OCS). Se trata de una organización internacional fundada en el 2001 que, gracias a la alianza sino-rusa, fue configurándose como un actor fundamental del Multipolarismo.
Entre sus miembros, además de Rusia, se encuentran China, Kazajstán; Kirguistána; Tayikistán; Pakistán; Uzbekistán e India. También cuenta con países observadores, como Afganistán; Bielorrusia; Mongolia e Irán. Y con países asociados, como Armenia; Azerbaiyán; Camboya; Nepal; Sri Lanka y Turquía. A su vez, en el 2021, iniciaron la concesión de socios de diálogo con Egipto; Qatar y Arabia Saudi.
En este marco, queda claro que el discurso de una Rusia aislada del mundo es una fantasía discursiva de EEUU, la OTAN y la élite burocrática de la UE. La realidad es que, más allá de la cortina de humo mediática, el conflicto Rusia-Ucrania cristalizó la impotencia del Unipolarismo y aceleró la transición estructural hacia el Multipolarismo.