Era la noche del 19 de diciembre de 2001. Les argentines no estaban en sus casas, sino que en todo el país salían a las calles. Golpeaban cacerolas, sartenes, espumaderas y tapas. Hacían palmas, prendían fogatas y exigían de forma unánime: “Que se vayan todos”.
Se referían a les gobernantes nacionales. El por entonces presidente Fernando de la Rúa y su gabinete habían llevado al país a una debacle económica y social. Desde hacía meses, escaseaba el dinero y abundaba el hambre y la desocupación.
De la Rúa había declarado el estado de sitio, pero la población argentina ya estaba cansada de no ser escuchada. Por eso, tomaron la calle para que se prestara atención a sus reclamos. Pero les gobernantes no estaban listes para soltar el poder: el 19 de diciembre comenzaron los días más oscuros en el país desde la vuelta de la democracia.
¿Cómo se llegó a tal fin? Nota al Pie hace un repaso de los sucesos que llevaron a que el 19 de diciembre de 2001 el país dijera basta.
El $1 a USD$1: “Cavallo verde”
Para entender lo que pasó a fines del 2001 es necesario remontarse a una década atrás. En marzo de 1991, los diarios argentinos anunciaban la novedad económica: un peso argentino equivaldría a un dólar estadounidense.
El creador de esta ¿ingeniosa? medida fue el por entonces ministro de Economía, Domingo Cavallo. El plan de convertibilidad implicaba que por cada peso que emitiera el Banco Central, debía haber un dólar que lo respaldara.
Pero los billetes verdes no aparecieron por arte de magia. Se los consiguió mediante la privatización y libre entrada de empresas extranjeras. También, con la emisión de deuda en organismos como el Fondo Monetario Internacional.
Si bien en la superficie la convertibilidad pareció traer bonanza económica, en el fondo se cocinaba algo bien feo. La desocupación, el hambre y la pobreza crecían a niveles alarmantes. Eso, sumado a la corrupción del gobierno del ex presidente Carlos Saúl Menem, hizo que fuera necesario un cambio de rumbo.
Un nuevo milenio: borrón y cuenta nueva
El diario Clarín del 10 de diciembre de 1999 anunciaba: “Asume De la Rúa con promesas de cambio”. Al nuevo presidente argentino se lo describía como: “Moderado y austero, tiene casi cuarenta años de carrera política”.
El córdobes Fernando De la Rúa era radical. “Dicen que soy aburrido…, ¿será que no manejo Ferraris?”, se preguntaba en su spot de campaña. La gente lo eligió por ser lo contrario al saliente Carlos Saúl Menem, la imagen del despilfarro.
De la Rúa prometió acabar con la desocupación y la corrupción en el gobierno. Pero sobre todo, mantener la convertibilidad.
2001: un año de medidas fallidas
La estrategia del presidente De la Rúa incluyó, entre otras acciones, el ajuste fiscal al Estado para continuar las relaciones con el FMI. Pero el crédito de este organismo comenzaba a agotarse, y la situación económica de la Argentina no notaba cambios.
Por eso, durante 2001, el gobierno nacional tomó diferentes medidas (o manotazos de ahogado). El Blindaje Financiero y el Megacanje implicaron formas distintas de préstamo de dólares a Argentina por parte del FMI.
Para que los desembolsos ocurrieran, el país debía cumplir algunos requisitos. Eran necesarios una reforma previsional, más ajuste del gasto público, la reestructuración de organismos como la ANSES y el PAMI y la reducción de salarios.
Ni el Blindaje Financiero y el Megacanje sirvieron, sino que comprometieron aún más la ya precaria situación económica de la Argentina. De esta manera, las personas que tenían dinero en los bancos lo sacaron de forma masiva y casi simultánea, y la situación social ya no dio para más.
El corralito
El (de nuevo) ministro de Economía, Domingo Cavallo, hizo el anuncio que colmó el vaso. El 3 de diciembre de 2001, avisó: “Hemos tenido que adoptar una medida transitoria de limitación a la extracción de dinero en efectivo”. “Solo se podrá hacer durante este período de noventa días, por cifras de $250 semanales, o el equivalente a $1000 mensuales”.
La población estaba estupefacta. Quienes tenían el dinero en los bancos argentinos ya no podían disponer del mismo del modo en el que desearan. Era el propio Estado el que les robaba. Se quedaba con sus ahorros, sus inversiones y sus sueños. Muchas personas tenían en la banca la plata de indemnizaciones por los despidos que abundaban en 2001.
Les argentines no aguantaron más y comenzaron a exigir lo que era suyo. A las manifestaciones de piqueteres y agrupaciones sociales ahora se sumaba la clase media. No solo marchaban, sino que comenzaron a atacar a los bancos (que a su vez estaban vacíos), con la desesperación de recuperar su dinero. Pero muy pocas personas lo lograron, y miles de ahorristas perdieron su capital.
Los saqueos: la guerra entre pobres
El 19 de diciembre de 2001, como se diría en la actualidad, la situación se terminó de picar. Desde días atrás, en el interior del país y el conurbano bonaerense, personas que no tenían para comer saqueaban los comercios. Sin embargo, fue el 19 cuando los medios masivos lo terminaron de visibilizar, ya que llegaron a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Quienes atacaban los mercados se llevaban todo: comida, electrodomésticos, hasta arbolitos de navidad. Les comerciantes, en un principio, se defendían con lo que podían. A veces hasta recurrían a las armas.
Para el 19 de diciembre, muchas cadenas mayoristas ya preveían el ataque a sus locales. Por eso, ofrecían donaciones en largos camiones, con el fin de evitar la violencia.
Les comerciantes, sobre todo les más pequeñes, perdieron lo que tenían. La imagen de este ciudadano chino recorrió los noticieros aquel día, y perduró en la memoria de les argentines. Era la foto de alguien a quien no le quedaba nada.
A la vez, las manifestaciones pululaban en todo el país. Frente a la Legislatura bonaerense, por ejemplo, se daba una masiva movilización de empleades publiques. El por entonces gobernador de la provincia, Carlos Ruckauf, lo solucionó como lo haría De la Rúa al día siguiente: con represión.
El estado de sitio que nadie obedeció
El país estaba fuera de control. La gente ya no quería más medidas económicas, sino un cambio radical en el gobierno y en su calidad de vida. Ante esta perspectiva, a las 19 hs. del 19 de diciembre, el presidente De la Rúa anunció el estado de sitio.
Pero les argentines no lo obedecieron. La respuesta fue automática: esa noche millones de personas salieron a las calles. Ya no importaban las banderas políticas ni las clases sociales, todes reclamaban lo mismo con un claro cantito: «Qué boludos, qué boludos, el estado de sitio, se lo meten en el culo» (sic).
El centro de CABA estaba lleno. El Obelisco fue uno de los centros de reunión de les reclamantes. Las escalinatas del Congreso de la Nación parecían una hinchada de cancha de fútbol, con personas colgadas y gritando el famoso «Que se vayan todos».
La Avenida de Mayo se veía repleta hasta la Casa Rosada. Fue frente a ese edificio y en la Plaza de Mayo, donde comenzó la violenta respuesta del Estado, que haría estragos al día siguiente.
Para el gobierno nacional había que desalojar la plaza a toda costa. Con la «protección» que brindaba el estado de sitio, la policía fue autorizada para hacer lo que fuera necesario.
¿Qué pasaría cuando en la madrugada del 20 de diciembre los medios de comunicación no emitieran minuto a minuto, en vivo y en directo, lo que sucedía? ¿Qué noticias esperarían en la mañana?
No te pierdas el relato que mañana compartirá Nota al Pie, recordando lo que sucedió el 20 de diciembre de hace veinte años.